Corea, el tiempo detenido

Estamos ahora entre dos mares, el de Japón y el Amarillo, pero la acción se desarrolla en tierra firme. La cicatriz que sirve para distinguir cuando pisamos Corea del Norte y cuando tenemos los pies sobre Corea del Sur tiene una longitud de 240 kilómetros. Como acostumbra a suceder, es el reflejo de una guerra a la que habían antecedido otros conflictos bélicos. Y, como ocurre cuando la herida entre los contendientes permanece abierta, a un lado y otro de la línea establecen un espacio minado por el que nadie puede transitar. En este caso tiene, cuatro kilómetros de ancho.
Conviene mirar atrás. La división de la Península de Corea se produjo a poco de finalizar la Primera Guerra Mundial, por un acuerdo entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Los americanos habían convertido a Hirosima (Japón) en un cementerio y la paz daba paso a la Guerra Fría. La demarcación entre las dos Coreas era una realidad. La siembra de bombas que realizaron las dos potencias bastaba para disuadir a quien quisiera acercarse.
En 1950, Corea del Norte invade a Corea del Sur, aunque el respaldo de China no es suficiente y retrocede a los límites anteriores. Una tregua firmada en 1953 precisa que la frontera es inviolable y establece la zona desmilitarizada a ambos lados de las alambradas.
Si desde la primera partición de la Península el pasillo entre las dos Coreas apenas era transitado, desde la rúbrica del documento, se convirtió en un lugar prácticamente inaccesible, por el que sólo se atreven algunos norcoreanos empujados por el hambre. ¿Qué otra consecuencia acarrea el impulso de la humanidad de trocear al globo terráqueo en parcelas? “En ausencia de ellos (los seres humanos) el mundo fantasmal que yace entre los dos homónimos enemistados se ha llenado de criaturas que, en la práctica, no tienen ningún sitio adonde ir”, expone Alan Weisman en el libro titulado ‘El mundo sin nosotros’.
Nos enfrentamos a tres paradojas: “Así, uno de los lugares más peligrosos del mundo pasaría a convertirse en uno de los más importantes -aunque descuidados- refugios para la fauna salvaje que, de otro modo, hubiera desaparecido”, agrega el profesor de Periodismo y Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Arizona.
Pájaros carpinteros de cabeza gris, babules chinos, urracas, faisanes, osos negros, linces eurásicos, ciervos amizcleros y acuáticos, martas de garganta amarilla el casi desaparecido leopardo Amur y grullas blancas y de corona roja disponen de un paraíso rodeado de alambres de púas y torres de control ocupadas por soldados armados con ametralladoras. Incuso aseguran haber visto tigres siberianos por allí.
Segunda paradoja: La vida salvaje alcanza una de sus máximas expresiones, cientos de especies disfrutan en total libertad de todos los recursos que puedan necesitar, mientras a ambos los lados de las vallas, especialmente a uno de ellos, los seres humanos todavía no dieron el salto de súbditos a ciudadanos, carecen de libertad, y su destino sigue estando en manos de unos pocos.
Tercera paradoja: Caracteres de grandes dimensiones, pintados con cal, proclaman la supremacía del Querido Líder Kim Jong-il y el odio a Estados Unidos, señala Weisman. Del otro lado, miles de bombillas de colores envían mensajes de lo bien que se vive al calor del capitalismo. Entre el sonido de la propaganda que vomitan los altavoces, los científicos de las dos Coreas tejieron un silencioso y eficaz sistema para comunicarse y, a espaldas de sus superiores, evalúan conjuntamente desde hace años la evolución de la naturaleza y la fauna en la zona desmilitarizada. La ciencia se eleva por encima de las vallas y destroza la mitología de las fronteras infranqueables.
cicatrices de la tierra
12/03/2010
0

Comentarios

Buscar

Comentarios

Contacto