Patentar la vida


Las manzanas no inundan con su aroma las habitaciones, como sucedía cuando nuestros abuelos las extendían sobre el desván, pero lucen hermosas en las estanterías de los supermercados.

Que en los expositores podamos encontrar cualquier fruta o legumbre en el momento que la solicitemos es una consecuencia de la transformación de la agricultura, de extensiva en intensiva, registrada durante la década de los cincuenta. La clave estriba en los trabajos que permitieron acceder al genotipo y provocar mutaciones y clonaciones.

La última consecuencia de la investigación es abrir la puerta de la ingeniería genética, cuyo logro trascendental reside en haber hallado la fórmula para llegar hasta el mapa genético de algunas plantas. Fue al principio de los ochenta cuando los científicos descubrían una bacteria que parasita el tronco de algunas plantas, les inocula un gen propio y consigue poner en funcionamiento su sistema en su provecho.

Bastó con manipular esa bacteria para que, en lugar de introducir el gen parasitario, enviase otro apropiado para las finalidades que persigue quien lo maneja, como potenciar la resistencia contra determinadas enfermedades y plagas, desarrollarse mejor el suelos más ácidos o en climas menos adecuados y mejorar su configuración o la metabolización de las materias contaminantes.

Las empresas que habían invertido grandes sumas de dinero para financiar durante años los trabajos alcanzaban su objetivo. El siguiente obstáculo era obtener los permisos de los gobiernos para poner en marcha los cultivos. Consiguieron el visto bueno de Estados Unidos. Después, la Comisión Europea levantó la moratoria que había impuesto, apelando a las leyes del libre mercado.

Los cultivos transgénicos utilizados para la alimentación humana son, fundamentalmente, algunas variedades de maíz y soja, que están presentes en más del 60% de los alimentos transformados, desde chocolate hasta patatas fritas, pasando por la margarina y los platos preparados. La segunda vía de entrada en la cadena alimenticia es a través de los piensos que consumen los animales.

Ante una posición de cautela, que adoptaron la mayor parte de los gobiernos europeos, en España son 75.000 las hectáreas cultivadas. Aragón y Cataluña figuran al frente, con 35.000 y 23.000, respectivamente.

En Francia, un país donde la agricultura tiene un peso específico superior y dispone de una superficie mayor dedicada a la agricultura, son 21.000.

En el mundo están ocupadas 67,7 millones de hectáreas. Representa el 2% de la superficie agrícola. Seis países producen el 99%: el 63% se concentra en Estados Unidos; el 21%, en Argentina; el 6%, en Canadá; el 4%, en Brasil y China, y el 1% está en Sudáfrica.

El Ministerio de Medio Ambiente, otorgó autorizaciones para realizar ensayos en Galicia. Las parcelas están en A Coruña (Arteixo, Mera, Val do Dubra y Touro), Pontevedra (Lalín) y Lugo (Castro de Rei).

Desde que se registraron los primeros pasos, están provocando un debate entre quienes los consideran una solución de futuro y aquellos que advierten sobre la peligrosidad que entraña el cultivo a gran escala sin conocer las repercusiones que podría provocar.

Una consecuencia contrastada es la dependencia, porque los transgénicos producen semillas estériles y, por lo tanto, inutilizables por el agricultor en la siguiente cosecha, por lo que se ve obligado a recurrir a sus proveedores cada vez que quiera hacer producir sus campos. Es un modo de patentar la vida.


Inquietud ante los trasgénicos

Desde el sector que se muestra a favor subrayan que la reacción negativa obedece al desconocimiento. Sin el tratamiento fitosanitario no sería posible obtener rendimientos óptimos, y el efecto mortal que provocan los insecticidas sobre las mariposas no varía en función de si las plantaciones de maíz están o no manipuladas, sostienen.

Permite el ahorro de miles de toneladas de insecticidas y el peligro de que el polen traspase a otras plantas sólo se produciría entre especies próximas. La mayor parte de las hibridaciones que surgen en la naturaleza son estériles, agregan. El maíz no tiene parientes próximos para que pueda hibridar en Europa. En el supuesto de que se detectara, existen técnicas de aislamiento genético, recalcan.

Representan otro paso en el control de la producción y comercialización y provocan la pérdida de variedades autóctonas. Aceleran los fenómenos de resistencia a herbicidas y pesticidas. La polinización cruzada afecta a terrenos situados a distancias kilométricas. La toxina que produce podría ser el origen de nuevas enfermedades, subrayan quienes se oponen.

La incertidumbre que generan se refleja en un dato que arroja el Eurobarómetro: el 70% de los europeos se niegan a consumir estos productos. Un informe de Greenpeace, fechado en 2005, cita empresas que se comprometieron a no utilizarlos, como Nestlé, Kellogs, McDonalds o Kraft.

El último movimiento fue la conferencia ‘Regiones Libres de OMG (Organismos Manipulados Genéticamente), biodiversidad y desarrollo rural en Europa’, celebrada en Berlín los días 22 y 23 de enero. Participaron 28 países europeos. Sus conclusiones están divididas en varios apartados.

La elección sobre el uso de material reproductivo en el entorno común no puede ser individual, ya que afecta a todas las personas que comparten esos espacios. Proteger y fomentar la conservación y reproducción de las variedades nativas son un deber y un derecho de peso en las políticas agrarias regionales, indican.

Preservar la biodiversidad representa en sí un objetivo de conservación. La ciencia se puede equivocar, pero los OMG no se pueden retirar fácilmente, en caso de producirse efectos perjudiciales, advierten. Subrayan que las autoridades deben proteger los productos certificados de calidad, los criterios de pureza, la producción ecológica y las denominaciones de origen a precios competitivos. Esto incluye el acceso a piensos para animales libres de transgénicos.

Plantear que es posible la coexistencia entre la agricultura biotecnológica y la tradicional no es realista. “Necesitamos normas diseñadas para servir a la autodeterminación local y regional de los ciudadanos ”, recogen en su último apartado.

“Defendemos estos derechos y deberes, y las bellezas y el encanto de nuestras regiones en toda Europa” concluye el manifiesto.

Diario de Pontevedra (11-05-2008)

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4/03/2011
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