«Mis queridos padres: Ha llegado mi última hora. Ya veis, ni en este momento me falta valor para afrontar la situación a la que la desdicha nos ha conducido a todos. Dentro de dos o tres horas moriré», escribe un joven maestro de Padrenda (Meaño) desde la cárcel de Pontevedra, el día 13 de mayo del año 1938.
«Recibido su escrito de fecha de hoy, en el que solicita permiso para la ejecución de la sentencia recaída sobre el reo Segundo Abal Padín, así como el lugar, día y hora para su cumplimiento, le comunico otorgado», responde el gobernador militar al capitán instructor de la causa, Marcial Cadilla Fernández, en un escrito enviado el día anterior.
«Quiero, pues, pediros perdón, una vez más, por este gran disgusto que os doy. Ánimo y valor, padres míos, como lo tiene vuestro hijo. No desesperéis, no os aflijáis demasiado, os queda más familia, otros hijos (hermanos míos queridos) que sabrán consolaros», pide en su última carta.
«Dicho acto tendrá lugar a las cinco y media horas de mañana, día 13, en el kilómetro uno de la avenida del Uruguay, y le significo que con esta fecha doy orden al jefe de las Fuerzas de Seguridad de esta plaza para que a las 2.30 horas del indicado día se encuentre en la Prisión Provincial una sección de las fuerzas de dicho cuerpo», puntualiza el representante del nuevo orden.
«Doy mi vida tranquilo, sin remordimientos de conciencia de ninguna clase: no he matado, no he robado… nadie mejor que vosotros conoce mi corazón. No os desesperéis, repito, padres queridiños». A continuación figuran varias palabras censuradas en la misiva que les envió a modo de despedida.
«La sección estará compuesta por un brigada o sargento y doce hombres, que será la encargada de conducir, custodiar y ejecutar a los reos. Por este Gobierno Militar se da la orden de que a las dos horas de mañana se encuentre en ese Juzgado un coche para el servicio del mismo», concluye el oficio del representante de Francisco Franco en la capital.
«Mamasiña: Un abrazo muy fuerte. Muero sin besarte, sin haberte abrazado, pero lo hago espiritualmente y tan fuertemente que quisiera condensar en él todo el cariño que te profeso. Hermaniños: Quered mucho a papá y a mamá. No olvidéis a Otilia. Os abraza y besa a todos de corazón, Segundo».
Tenía 26 años cuando un pelotón abrió fuego contra él. Era un maestro de ideología socialista que había impartido clases en la escuela de Castroagudín (Vilagarcía) durante el curso 1935-36. Pertenecía al sindicato FETE-UGT, y a finales de 1934 figuraba como afiliado a la Casa del Maestro de Pontevedra.
Lo juzgaron en un consejo de guerra ordinario (causa 1.394/37) celebrado el día 9 de febrero de 1938 en el salón de plenos de la Deputación Provincial, a las 12.00 horas, sin ninguna garantía legal.
El teniente-coronel de Artillería Francisco Lorente Armesto presidió un Tribunal compuesto por tres capitanes como vocales, otro militar del mismo grado realizó la función de vocal suplente, un capitán honorífico redactó la ponencia, un teniente honorífico ejerció de fiscal, y la defensa correspondió a un teniente de Artillería.
«No habiendo desvirtuado en el plenario las acusaciones, no he de esforzarme en llevar a la conciencia de los señores del consejo la existencia de tales hechos», expuso el fiscal antes de sumar el agravante de perversidad a la acusación inicial de rebelión militar.
«El acusado manifestó que en la aldea no existía organización política alguna y que en las fechas en las que pudo ocurrir el delito estaba en al aldea y no vino a Vilagarcía hasta 20 días después (indica el acta en referencia a la fecha de los hechos en los que, presuntamente, habría participado)».
«En la actualidad, los buenos españoles, guiados por su amor a la patria, derraman su sangre en los frentes para conseguir el engrandecimiento de la misma y eliminar para siempre a esos desgraciados que pretenden convertirla en una colonia rusa», sostuvo el representante del Gobierno.
«El presidente interroga a Abal, quien dice que está aterrado con las acusaciones que le hacen, atribuyendo que las que le imputa don Toribio Beregua son, seguramente, debidas a enemistades, puesto que él dice que tuvo relaciones con una parienta del mismo, y desde aquella fecha han dejado de hablarse», puede leerse en la sentencia condenatoria.
«Como personas de reconocida solvencia moral, que conceptúo enteradas de la actuación de Segundo Abal Padín en los sucesos revolucionarios», califica el Concello de Vilagarcía a Toribio Beregua y al guardia de seguridad local Amador Castro, cuyas declaraciones sirvieron de base para la acusación, en un escrito enviado el día 21 de diciembre del año 1937 al comandante-juez militar Leopoldo Valls.
«Preguntado por el señor presidente al digno representante de la ley si tenía que rectificar (el escrito redactado por la acusación) manifestó que no», indica la autoridad máxima del Tribunal refiriéndose al militar que realizó, formalmente, el papel de abogado defensor de Segundo Abal.
«A carta, escrita con trazos decididos e coidada caligrafía, está dirixida aos seus pais e, de maneira destacada a súa ‘mamasiña’ que levará sempre, cravado no peito, o coitelo da dor da morte inxusta do seu fillo», expone Xosé Álvarez en su blog osanosdomedo, donde hizo públicas las últimas palabras que escribió antes de ser asesinado a sangre fría bajo una apariencia formal de legalidad.
«No quiero dejar para el último instante, aunque sé que luego no me faltaría valor para hacerlo, el dirigirme a vosotros para pediros, en primer lugar, perdón por tantos disgustos que os he dado», exponía en otra carta, fechada el día 5 de marzo, que recuperaron Antón Caeiro y Margarita Teijeiro, los promotores de O Faiado da Memoria.
«Quiero que sepáis que muero agradecido, con la convicción de que nadie haría por mí lo que vosotros habéis hecho. Os recuerdo, en estos instantes, de todo corazón», escribía entonces, adelantándose a los acontecimientos que estaban por llegar.
Sin embargo, conservaba la cuota de esperanza que alimentaba su familia de evitar su trágico final. «No quiero quitaros la creencia, la fe que tenéis de que aún pueda salvarme. Podéis acertar, yo lo deseo por vosotros, que bien merecéis un rato de alegría después de tanto sufrimiento», decía entonces.
La figura de su madre estaba más presente que nunca: «Ánimo, mamasiña, a veces, pensando en que tus vaticinios suelen cumplirse, llego a creer lo mismo que tú». Pero los vencedores, implacables, no tuvieron compasión.
Acribillaron a balazos a un maestro nacional que había llegado cargado de ilusiones a una pequeña aldea vilagarciana para ejercer su labor. Joven, y de buena planta, enseguida se ganó a los alumnos y a sus familias.
No pegaba, y cuando ordenaba a alguno de los escolares que se pusiese de rodillas, después explicaba a sus padres el motivo de la medida disciplinaria. Cantaban el himno gallego y nunca marcó distancias con los vecinos, que no por eso dejaron de llamarle don Segundo.
Impartía las clases en una casa que está situada muy cerca de la monumental fuente de Castroagudín, y estaba de huésped durante la semana en una vivienda ubicada al lado. Las dos pertenecían a los mismos dueños. Entre ambas construcciones se encontraba el patio de juegos.
Segundo Abal entendió que su responsabilidad iba más allá de instruir a los chavales. Asumió que también debería implicarse con la de la población adulta, y el día 1 de marzo del año 1936 envió una carta al presidente de las Misiones Pedagógicas.
Solicitaba el envío de libros de «temas agrícolas, aspecto social y de complemento a la instrucción primaria». Hacía saber que disponía de un «armario, cedido por los vecinos» para guardarlos, y que la estación de tren más cercana es la de Vilagarcía.
También argumentaba la demanda: «Que la esfera de acción de la escuela llegue, con toda intensidad hasta, más allá del recinto de la misma, poniendo en manos de la población adulta el libro que ha de completar su formación».
«Había moitos rapaces na escola. Daquela non era como hoxe. Había poucas casas, pero cada matrimonio tiña sete ou oito fillos», recuerda Eusebio Loureiro Rubianes, que contaba 12 años cuando recibió clases de Segundo Abal.
Su hermana María lo recuerda «coma outro máis. Falaba e ríase con nós». También que le enseñó aritmética, geografía o historia. «Aínda hoxe, recordo toda a táboa de multiplicar», asegura, aunque reconoce que no sabría indicar donde nacen y desembocan los ríos o el nombre de todas las capitales de España .
Erundina Ríos Cespón ya era una adolescente cuando llegó el maestro a Castroagudín y se convirtió en el huésped de la casa en la que vivía con su familia. «Aprendín pouco», reconoce, porque el trabajo diario apenas le dejó tiempo para ir a la escuela, y habla de una tarde en la que fueron de excursión al monte con él.
Aquella experiencia duró poco tiempo. «Empezou a guerra, marchou e xa non apareceu máis. Despois no había escola e, según rumores, o mataran. Nós non sabaimos nada, falábase de que o mataran», expone Eusebio, de 88 años. «Falábase de que o mataran, pero outra cousa non se sabía. Non se podía falar», agrega María, que cumplió 89.
Era moi bo», coinciden ambos en una conversación mantenida en la Casa da Cultura de Castroagudín (Vilagarcía), celebrada después de visitar las dependencias que un día albergaron la escuela. «Era moi boa persoa e mestre, por certo, pero..., pero..., pero...». En su casa de Godos (Caldas), Erundina, de 94 años, se seca las lágrimas de los ojos.
Jacobo Zbarsky: «Dentro de tres horas moriré»
La presencia de la madre en la memoria de quienes fueron fusilados por defender la República y la democracia es una constante que puede verificarse a través de los testimonios que dejaron las víctimas y recogió Xosé Álvarez en su blog.
Es, también, el caso de Jacobo Zbarsky Kuper, la primera persona fusilada en Pontevedra, y dentista como su padre Abraham, nacido en Lotz (Polonia).
«Queridos míos: Querida madre, perdóname este último gran disgusto que te doy. Dentro de tres horas moriré. Tú bien sabes cuanto te quiero, sin embargo, no he querido ver a ninguno de vosotros por última vez, porque si así lo hiciera no tendría el valor de afrontar mi suertes», escribió en una conmovedora carta, el día 9 de agosto de 1936.
Los parecidos con la de Segundo Abal son evidentes: «Mis últimos pensamientos serán para vosotros, sobre todo para tí, madre mía. Estoy tranquilo, creo que esta tranquilidad me acompañará hasta el último momento. Piensa, madre mía, que pierdes un hijo por un ideal justo. Yo puedo sacrificar mi vida, te queda otro hijo y mucha familia que harán todo lo posible por consolarte. Os beso y abrazo a todos, sobre todo a tí, madre. Tu hijo, que siempre te ha querido y te querrá mientras viva».
Diario de Pontevedra (22-01-2012)
«Recibido su escrito de fecha de hoy, en el que solicita permiso para la ejecución de la sentencia recaída sobre el reo Segundo Abal Padín, así como el lugar, día y hora para su cumplimiento, le comunico otorgado», responde el gobernador militar al capitán instructor de la causa, Marcial Cadilla Fernández, en un escrito enviado el día anterior.
«Quiero, pues, pediros perdón, una vez más, por este gran disgusto que os doy. Ánimo y valor, padres míos, como lo tiene vuestro hijo. No desesperéis, no os aflijáis demasiado, os queda más familia, otros hijos (hermanos míos queridos) que sabrán consolaros», pide en su última carta.
«Dicho acto tendrá lugar a las cinco y media horas de mañana, día 13, en el kilómetro uno de la avenida del Uruguay, y le significo que con esta fecha doy orden al jefe de las Fuerzas de Seguridad de esta plaza para que a las 2.30 horas del indicado día se encuentre en la Prisión Provincial una sección de las fuerzas de dicho cuerpo», puntualiza el representante del nuevo orden.
«Doy mi vida tranquilo, sin remordimientos de conciencia de ninguna clase: no he matado, no he robado… nadie mejor que vosotros conoce mi corazón. No os desesperéis, repito, padres queridiños». A continuación figuran varias palabras censuradas en la misiva que les envió a modo de despedida.
«La sección estará compuesta por un brigada o sargento y doce hombres, que será la encargada de conducir, custodiar y ejecutar a los reos. Por este Gobierno Militar se da la orden de que a las dos horas de mañana se encuentre en ese Juzgado un coche para el servicio del mismo», concluye el oficio del representante de Francisco Franco en la capital.
«Mamasiña: Un abrazo muy fuerte. Muero sin besarte, sin haberte abrazado, pero lo hago espiritualmente y tan fuertemente que quisiera condensar en él todo el cariño que te profeso. Hermaniños: Quered mucho a papá y a mamá. No olvidéis a Otilia. Os abraza y besa a todos de corazón, Segundo».
Tenía 26 años cuando un pelotón abrió fuego contra él. Era un maestro de ideología socialista que había impartido clases en la escuela de Castroagudín (Vilagarcía) durante el curso 1935-36. Pertenecía al sindicato FETE-UGT, y a finales de 1934 figuraba como afiliado a la Casa del Maestro de Pontevedra.
Lo juzgaron en un consejo de guerra ordinario (causa 1.394/37) celebrado el día 9 de febrero de 1938 en el salón de plenos de la Deputación Provincial, a las 12.00 horas, sin ninguna garantía legal.
El teniente-coronel de Artillería Francisco Lorente Armesto presidió un Tribunal compuesto por tres capitanes como vocales, otro militar del mismo grado realizó la función de vocal suplente, un capitán honorífico redactó la ponencia, un teniente honorífico ejerció de fiscal, y la defensa correspondió a un teniente de Artillería.
«No habiendo desvirtuado en el plenario las acusaciones, no he de esforzarme en llevar a la conciencia de los señores del consejo la existencia de tales hechos», expuso el fiscal antes de sumar el agravante de perversidad a la acusación inicial de rebelión militar.
«El acusado manifestó que en la aldea no existía organización política alguna y que en las fechas en las que pudo ocurrir el delito estaba en al aldea y no vino a Vilagarcía hasta 20 días después (indica el acta en referencia a la fecha de los hechos en los que, presuntamente, habría participado)».
«En la actualidad, los buenos españoles, guiados por su amor a la patria, derraman su sangre en los frentes para conseguir el engrandecimiento de la misma y eliminar para siempre a esos desgraciados que pretenden convertirla en una colonia rusa», sostuvo el representante del Gobierno.
«El presidente interroga a Abal, quien dice que está aterrado con las acusaciones que le hacen, atribuyendo que las que le imputa don Toribio Beregua son, seguramente, debidas a enemistades, puesto que él dice que tuvo relaciones con una parienta del mismo, y desde aquella fecha han dejado de hablarse», puede leerse en la sentencia condenatoria.
«Como personas de reconocida solvencia moral, que conceptúo enteradas de la actuación de Segundo Abal Padín en los sucesos revolucionarios», califica el Concello de Vilagarcía a Toribio Beregua y al guardia de seguridad local Amador Castro, cuyas declaraciones sirvieron de base para la acusación, en un escrito enviado el día 21 de diciembre del año 1937 al comandante-juez militar Leopoldo Valls.
«Preguntado por el señor presidente al digno representante de la ley si tenía que rectificar (el escrito redactado por la acusación) manifestó que no», indica la autoridad máxima del Tribunal refiriéndose al militar que realizó, formalmente, el papel de abogado defensor de Segundo Abal.
«A carta, escrita con trazos decididos e coidada caligrafía, está dirixida aos seus pais e, de maneira destacada a súa ‘mamasiña’ que levará sempre, cravado no peito, o coitelo da dor da morte inxusta do seu fillo», expone Xosé Álvarez en su blog osanosdomedo, donde hizo públicas las últimas palabras que escribió antes de ser asesinado a sangre fría bajo una apariencia formal de legalidad.
«No quiero dejar para el último instante, aunque sé que luego no me faltaría valor para hacerlo, el dirigirme a vosotros para pediros, en primer lugar, perdón por tantos disgustos que os he dado», exponía en otra carta, fechada el día 5 de marzo, que recuperaron Antón Caeiro y Margarita Teijeiro, los promotores de O Faiado da Memoria.
«Quiero que sepáis que muero agradecido, con la convicción de que nadie haría por mí lo que vosotros habéis hecho. Os recuerdo, en estos instantes, de todo corazón», escribía entonces, adelantándose a los acontecimientos que estaban por llegar.
Sin embargo, conservaba la cuota de esperanza que alimentaba su familia de evitar su trágico final. «No quiero quitaros la creencia, la fe que tenéis de que aún pueda salvarme. Podéis acertar, yo lo deseo por vosotros, que bien merecéis un rato de alegría después de tanto sufrimiento», decía entonces.
La figura de su madre estaba más presente que nunca: «Ánimo, mamasiña, a veces, pensando en que tus vaticinios suelen cumplirse, llego a creer lo mismo que tú». Pero los vencedores, implacables, no tuvieron compasión.
Acribillaron a balazos a un maestro nacional que había llegado cargado de ilusiones a una pequeña aldea vilagarciana para ejercer su labor. Joven, y de buena planta, enseguida se ganó a los alumnos y a sus familias.
No pegaba, y cuando ordenaba a alguno de los escolares que se pusiese de rodillas, después explicaba a sus padres el motivo de la medida disciplinaria. Cantaban el himno gallego y nunca marcó distancias con los vecinos, que no por eso dejaron de llamarle don Segundo.
Impartía las clases en una casa que está situada muy cerca de la monumental fuente de Castroagudín, y estaba de huésped durante la semana en una vivienda ubicada al lado. Las dos pertenecían a los mismos dueños. Entre ambas construcciones se encontraba el patio de juegos.
Segundo Abal entendió que su responsabilidad iba más allá de instruir a los chavales. Asumió que también debería implicarse con la de la población adulta, y el día 1 de marzo del año 1936 envió una carta al presidente de las Misiones Pedagógicas.
Solicitaba el envío de libros de «temas agrícolas, aspecto social y de complemento a la instrucción primaria». Hacía saber que disponía de un «armario, cedido por los vecinos» para guardarlos, y que la estación de tren más cercana es la de Vilagarcía.
También argumentaba la demanda: «Que la esfera de acción de la escuela llegue, con toda intensidad hasta, más allá del recinto de la misma, poniendo en manos de la población adulta el libro que ha de completar su formación».
«Había moitos rapaces na escola. Daquela non era como hoxe. Había poucas casas, pero cada matrimonio tiña sete ou oito fillos», recuerda Eusebio Loureiro Rubianes, que contaba 12 años cuando recibió clases de Segundo Abal.
Su hermana María lo recuerda «coma outro máis. Falaba e ríase con nós». También que le enseñó aritmética, geografía o historia. «Aínda hoxe, recordo toda a táboa de multiplicar», asegura, aunque reconoce que no sabría indicar donde nacen y desembocan los ríos o el nombre de todas las capitales de España .
Erundina Ríos Cespón ya era una adolescente cuando llegó el maestro a Castroagudín y se convirtió en el huésped de la casa en la que vivía con su familia. «Aprendín pouco», reconoce, porque el trabajo diario apenas le dejó tiempo para ir a la escuela, y habla de una tarde en la que fueron de excursión al monte con él.
Aquella experiencia duró poco tiempo. «Empezou a guerra, marchou e xa non apareceu máis. Despois no había escola e, según rumores, o mataran. Nós non sabaimos nada, falábase de que o mataran», expone Eusebio, de 88 años. «Falábase de que o mataran, pero outra cousa non se sabía. Non se podía falar», agrega María, que cumplió 89.
Era moi bo», coinciden ambos en una conversación mantenida en la Casa da Cultura de Castroagudín (Vilagarcía), celebrada después de visitar las dependencias que un día albergaron la escuela. «Era moi boa persoa e mestre, por certo, pero..., pero..., pero...». En su casa de Godos (Caldas), Erundina, de 94 años, se seca las lágrimas de los ojos.
Jacobo Zbarsky: «Dentro de tres horas moriré»
La presencia de la madre en la memoria de quienes fueron fusilados por defender la República y la democracia es una constante que puede verificarse a través de los testimonios que dejaron las víctimas y recogió Xosé Álvarez en su blog.
Es, también, el caso de Jacobo Zbarsky Kuper, la primera persona fusilada en Pontevedra, y dentista como su padre Abraham, nacido en Lotz (Polonia).
«Queridos míos: Querida madre, perdóname este último gran disgusto que te doy. Dentro de tres horas moriré. Tú bien sabes cuanto te quiero, sin embargo, no he querido ver a ninguno de vosotros por última vez, porque si así lo hiciera no tendría el valor de afrontar mi suertes», escribió en una conmovedora carta, el día 9 de agosto de 1936.
Los parecidos con la de Segundo Abal son evidentes: «Mis últimos pensamientos serán para vosotros, sobre todo para tí, madre mía. Estoy tranquilo, creo que esta tranquilidad me acompañará hasta el último momento. Piensa, madre mía, que pierdes un hijo por un ideal justo. Yo puedo sacrificar mi vida, te queda otro hijo y mucha familia que harán todo lo posible por consolarte. Os beso y abrazo a todos, sobre todo a tí, madre. Tu hijo, que siempre te ha querido y te querrá mientras viva».
Diario de Pontevedra (22-01-2012)
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