Es una de tantas conversaciones que
mantuvieron, el compañero de litera de Manuel Barros Chantada le comentó a éste
que entre los prisioneros que compartían con ambos el Penal de San Marcos
(León) se encontraba uno de la provincia de Pontevedra, llamado Secundino
Enríquez Silva.
Algunos días después coincidieron los tres en
la cola que formaban para coger agua en una lata. A Manuel Barros le resultó
muy familiar aquella cara, la intriga empezó a roerle y no tardó en preguntarle
de dónde era.
Secundino Enríquez le respondió dándole una
referencia geográfica, al entender que si le indicaba su lugar de nacimiento
sería incapaz de situarlo en el mapa.
Le dijo que era de un pueblo próximo a la
isla de A Toxa. Entonces, Manuel Barros inició una maniobra para sonsacarlo, le
comentó que había estado en ella de excursión, conocía varios pueblos de la
comarca y trabajó en una cantera de Paradela (Meis).
Como seguía sin conseguir su objetivo,
arriesgó más y quiso saber si el alcalde se llamaba Ramón Abal, y como la
respuesta fue afirmativa, le comentó que había ido a una fiesta a Romai
(Portas), donde conoció a una joven con la que se hizo una foto que le mostró.
Secundino Enríquez miró la fotografía, que
había sido hecha el día 9 de octubre de 1935 en O Mosteiro, y dijo que conocía
a las dos personas que figuraban en ella. Incluso agregó que el hombre era
conocido por el apodo de ‘O Rancheiro’, y había participado en las peleas entre
jóvenes de las parroquias de San Salvador y San Martiño, ambas de Meis.
De lo que no se percató fue de que el joven
con el hablaba y el de la fotografía eran la misma persona. «Estaba muy
transformado: vestía pantalón de mahón, chaqueta de lana de color gris, zapatos
de color, sobrero verde y barba grande. Estaba totalmente desfigurado», explica
Manuel Barros en su ‘Relato y memorias de un prisionero cautivo del régimen de
facto del general Franco’.
Transcurridas dos semanas desde aquella
conversación, el 24 de junio de 1939, Secundino Enríquez fue puesto en
libertad. Cinco días después llevaron a Manuel Barros al monasterio de San
Pedro de Cardeña (Burgos), convertido en una prisión. Su ligero equipaje se
amplió con la manta que le regaló su vecino y una tarjeta de visita que le
entregó, acompañada con la solicitud de que le escribiese.
No llegó a hacerlo, pero el destino quiso que
se reencontrasen.
Nacido el día 28 de octubre del año 1910,
Manuel Barros se afilió a la Fraternidade Obrera de Agricultores de Meis, de
ideología anarquista, en mayo de 1936. Tenía 25 años cuando estalló la Guerra
Civil, y fue de los que se subió a un camión para dirigirse a Pontevedra a
defender al República.
En la parroquia de Alba supieron que los
rebeldes habían triunfado y, de regreso a Meis, fueron atacados por la Guardia
Civil, que inutilizó el camión en el que viajaban a la altura de Curro (Barro).
Se refugió en el monte hasta que fue obligado a incorporarse al ejército de
Franco, como reservista, el 6 de noviembre. Antes de ir a Vigo, y después a
Ferrol, recibió una brutal paliza en el Cuartel de la Guardia Civil de
Cambados.
El regimiento al que pertenecía fue
trasladado al frente de Asturias el 1 de enero de 1937. Pasó por Espino y Soto
de las Regueras, y en una de las escaramuzas en las que se vio implicado fue
herido de bala en una pierna.
Mientras combatía con los sublevados, un
tribunal franquista lo juzgó por auxilio a la rebelión junto al resto de los
componentes de la expedición que había intentado entrar en Pontevedra.
La indiscreción de un oficial le permitió
saber que los informes del cura y los falangistas fueron determinantes a la
hora de decidir su condena a muerte. Y le permitió salvar la vida.
A las 14.00 horas del 7 de octubre «me
escapé. Más bien dicho, me fui a defender una bandera a la cual había jurado
defender, llegando a las filas de nuestros leales a medianoche». El 9 lo
llevaron a Gijón, le dieron ocho días de permiso, lo destinaron a Pola de
Siero, y el 20 ya se había consumado la derrota de los republicanos.
Trató de huir a Francia por mar, para lo que
embarcó en Gijón, pero tuvo que desistir a la altura de Candás porque el
ejército de Franco había hundido dos barcos y el destino del que ocupaba
hubiera sido el mismo. «Esta es la humanidad del fascismo», comenta.
El 23 lo detienen y lo llevan a la cárcel de
El Coto (Gijón), que visitan los falangistas para seleccionar a los presos que
asesinan en el cementerio. En una situación caótica, desconocen su identidad.
El día 27, un labrador de Meis llamado Manuel
Barros Chantada toma una decisión: se convierte en Julián Martínez Ubilla,
nacido en Santa Ana, un pequeño pueblo situado cerca de Navalmorales (Toledo),
y vecino de Arriondas (Asturias).
Lo hace cuando suena la orden de que se
presenten todos los gallegos para ser trasladados a Cedeira (A Coruña). Sabe
que no le perdonarán si lo descubren. Escuchó que un bombardeo había destrozado
Santa Ana e imaginó que los archivos habrían desaparecido. Dijo ser vecino de
Arriondas porque el nombre le resultaba familiar por su estancia en Asturias.
Tuvo reflejos para esconderse cuando observó
la presencia de un capitán de la brigada de la que había desertado. Tuvo que
sonreir ante la cámara con un pedazo de pan y una lata de sardinas que le
quitaron después de que los soldados alemanes lo hubiesen fotografiado, como a
otros muchos presos, con la finalidad de fabricar unas pruebas falsas de la
humanidad del franquismo para mostrar al mundo.
En León se encontró con Secundino Enríquez.
Desde allí lo llevaron a Burgos y a La Muerda (Soria), donde dijo ser cantero.
Aprendió el oficio durante los 42 meses en los que participó en la construcción
del embalse Cuerda del Pozo. El 11 de mayo de 1942 fueron puestos en libertad
los soldados de la República y regresa a Meis, donde había sido dado por
muerto.
Permanece quince día escondido en su casa
natal porque sabe que tiene una cuenta pendiente, y vuelve a Soria para
trabajar como empleado en la empresa a la que había enriquecido haciendo
trabajos forzosos. Los controles se intensifican y decide retornar de nuevo a
casa.
Corre el año 1943 y comienza una etapa en la
que vive escondido en la bodega y el desván. Trabaja de cantero con el material
que traen sus hermanos. Por aquellos tiempos, quienes acuden a la feria de O
Mosteiro se ven sorprendidos por unos impresos firmados por la Unión de Hijos
Proletarios. Él es uno de los encargados de distribuirlos, además de realizar
pintadas en el Concello y la iglesia.
El indulto, que le fue concedido en 1945, le
permite marchar a Argentina en el año 1947.
En Buenos Aires se encuentra con Secundino
Enríquez. Manuel Barros pudo explicarle que el motivo de haber ocultado su
identidad fue preservar su vida en un clima de terror y traiciones, y evitar
hacerlo esclavo de un secreto, además de agradecerle la manta, que hoy sería
poco más que un harapo mugriento y entonces le ayudó a combatir un frío que
resultó mortal para no pocos.
Poco antes de partir hacia la ciudad porteña,
Manuel Barros desveló un secreto a Marino, el menor de sus cinco hermanos, del
que lo separan más de 20 años y no lo reconoció cuando ambos se encontraron un
día en la casa que compartían sin que el benjamín de la familia lo supiese.
A Marino le
explicaron entonces que se trataba de un jornalero, para evitar que pudiese
desvelar su paradero cuando aún era un proscrito. El chaval le mostró una foto
de Manuel Barros al desconocido. Le dijo que era su hermano mayor, muerto en la
guerra.
Diario de Pontevedra (27-05-2012)
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5/27/2012
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Hola Fernando,
ResponderEliminarQuería felicitarte por el artículo. Creo que has comprendido perfectamente el espíritu del libro y además has sido riguroso y preciso con los datos. Ojalá haya más periodistas como tú.
Muy buen artículo, y un fuerte abrazo a Rubén. Claudio G Martínez
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