Pasó la punta del dedo pulgar de la mano derecha por el cuello, dibujando un gesto usado habitualmente como una amenaza de muerte, y le dijo que puede llegar un momento en el que ya no valga la pena seguir viviendo. La escena se produjo mediada la década de los 70 del siglo XX en un bar de Barcelona. Su autor fue Sándor Kocsis Péter, y Pepe Vázquez Outeda fue el único testigo.
Los hijos lo acompañaban
desde su casa hasta el establecimiento de su propiedad, y su mesa del Bar
Kocsis se encontraba frente al tirador de la cerveza. “Ven para aquí”, le
pedía. Y el exjugador del Fútbol Club Barcelona compartía con un joven de Meis
salchichas con paprika, una pimiento picante de color amarillo que le traían
sus compatriotas de Hungría.
De izquierda a derecha: Kocsis, Kubala y Czibor
Pepe llegó hasta allí llevado
por el destino. Durante tres años fue el camarero de Koscis, sirvió copas a
László Kubala y Zoltán Czibor, compartió noches de diversión con Ortiz Aquino y
Gato Fernández, y no los vio jugar nunca al fútbol.
Hoy, con 58 años, le aburre
tanto como entonces, afirma rotundo.
Decidió que no había nacido
para estudiar, y a los 15 años pidió a sus padres que lo dejasen acompañarlos
en su viaje de retorno a Basilea. El director de la empresa de construcción en
la que trabajaban, que viajaba regularmente a Galicia en busca de mano de obra,
despejó sus dudas y sus progenitores le dieron una respuesta afirmativa.
«Quería coñecer mundo»,
explica Pepe Vázquez. Tres años en la escuela del país helvético le permitieron
aprender alemán, francés e italiano. En 1974 sus padres regresaron
definitivamente a O Mosteiro y Pepe se marchó a Barcelona para trabajar en la
hostelería.
«Daquela non sería capaz de
sinalar co dedo onde estaba esa cidade», reconoce. Sin la menor experiencia,
comenzó como ayudante de camarero en un restaurante de Segur de Calafell
(Taragona), propiedad de un holandés. En este establecimiento, situado en
primera línea de playa, sirvió a personajes como Johan Cruyff, Tony Ronald,
Julio Iglesias o Peret.
Fue fugaz su paso, porque le
atrajo más una tienda de venta de prendas de piel, situada en la misma
localidad, donde además de sacarle partido a su conocimiento de tres idiomas
(cinco sumando el castellano y el gallego) también se esforzó por asimilar las
expresiones básicas para comunicarse con clientes de nacionalidad yugoslava,
además de aprender el catalán. Pepe Vázquez
Finalizado el verano, comenzó
la invernía en una localidad eminentemente turística, como Segur de Calafell, y
siguiendo los cientos de ofertas de trabajo que publicaba el periódico
A Pepe Vázquez no le llamó la
atención el nombre, ni sabía que el F.C. Barcelona había ganado dos campeonatos
de liga y una copa con la persona que iba a convertirse en su jefe y,
posteriormente, en su confidente, en el centro del ataque, o que por entonces
era considerado el mejor cabeceador de la historia del balompié.
Las cosas ya no iban bien
entonces y el restaurante, ubicado en la parte superior del establecimiento,
había sido cerrado. A él le correspondió atender un bar de unos cuarenta metros
cuadrados de superficie.
Además de servir bebidas,
elaboraba tortillas aprovechando las puntas de los embutidos que no cortaba la
máquina, las raspas del jamón que le sacaba al hueso y el pimiento. Mientras la
preparaba, su aroma salía a través de un tubo al exterior, impregnando la calle
de un olor que era el mejor reclamo.
Kocsis posa con el F.C. Barcelona
Eran uno tiempos en los que
la rivalidad deportiva con el Real Club Deportivo Español no suponía el menor
obstáculo para que aquel santuario blaugrana fuese la estación de paso habitual
de dos jugadores del equipo blanquiazul. Uno era Ortiz Aquino, que se pasaba
tardes enteras jugando al futbolín, y con su salario pagó los gastos de
estancia de tres primos, uruguayos como él, que cruzaron el charco con la
ilusión de triunfar y alguno de ellos lo intentó en Australia al no conseguirlo
aquí.
Otro fue el también charrúa
Gato Fernández, que vistió la camiseta del Español. El bar de Los Tres
Sudamericanos era uno de los destinos habituales de este grupo, que esperaba a
que cerrase para que Pepe se uniese a la juerga. Ni regalándole invitaciones
fue capaz Ortiz Aquino de convencerlo para que fuese a verlo jugar al estadio,
que se encontraba en la carretera de Sarriá.
La hora de salida era siempre
relativa y a menudo sucedía que cuando se preparaba para hacerlo irrumpía en el
bar Kubala, acompañado por agentes del negocio del fútbol y casi siempre con
una copa de más. El excompañero de Kocsis en el F.C. Barcelona y seleccionador
español entonces encadenó una larga perorata cuando tres chavales se
sorprendieron al verlo entrar tambaleándose.
«Dixo que era un home feito a
si mesmo e soltou una sarta de disparates», recuerda. Ni Pepe Vázquez ni los
chicos sabían que aquel desabrido carácter se forjó en un campo de refugiados
de Roma, tras
Tampoco que junto a Kocsis y
Czibor, aprovechó su estancia en Viena para no regresar a Hungría. A Pepe
Vázquez, Águeda le contó de las penalidades que había sufrido para huir de su
país, invadido por el ejército de
Sándor Kocsis
Cuando llegó al Bar Kocsis
seguían siendo tiempos de gloria, pero el fútbol no dejaba entonces los
dividendos económicos actuales y en el ambiente se percibía un aire de
resignación y fracaso. Quien había sido la estrella del F.C. Barcelona y de la
selección de Hungría, con la que conquistó un subcampeonato del mundo siendo el
máximo goleador, tuvo que prescindir de las personas del servicio doméstico y
se desplazaba en un Seat 850 de color naranja.
Pepe Vázquez recuerda a un
hombre que necesitaba apoyarse en un bastón, cuyos hijos lo ninguneaban, y del
que se convirtió en su confidente. Fue el encargado de acompañar a uno de
ellos, Sandro, en sus primeras incursiones por la noche barcelonesa. “¿Te
acuerdas, Kocscis?”, escuchó una y otra vez de sus excompañeros y admiradores
que lo visitaban.
Al exfutbolista le habían
cortado la parte delantera de un pie engangrenado y fue operado del estómago.
Pepe Vázquez dejó el bar en
1978 y regresó a Galicia. Se encontraba en la casa de sus padres de Meis cuando
su vista se fijó en un periódico que había traído su cuñado, un futbolista
pontevedrés conocido por el nombre de Johny que, pasado el tiempo, se convirtió
en el alcalde del municipio, José Luis Pérez Estévez.
‘Sepelio de Kocsis’, decía el titular. En un cuerpo de letra más pequeño, precisaba que se había suicidado tirándose por la ventana del hospital en el que luchaba contra un cáncer. Sucedió el día 22 de julio de 1979. Tenía 49 años cuando cumplió la decisión que le había adelantado a Pepe Vázquez.
Entierro del futbolista húngaro |
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