Una estela en la que arde costantemente una llama, y una placa en la que pueden leerse los nombres de todas las provincias de Armenia anexionadas por Turquía, forman parte del Memorial del Genocidio, situado en el Parque Tsitsernakaberd (Fortaleza de las golondrinas pequeñas), que se encuentra en una colina de Ereván, la capital. Ubicada en Anatolia, Urfa es una de las ciudades anexionadas: en ella nació Krikor, el abuelo de Ara Malikian.
La llama que arde en Tsitsernakaberd |
"El violín me salvó la vida, pero también la de mi abuelo Krikor. En 1915, sufrió de lleno el genocidio y el exterminio, casi total, del pueblo armenio, en el que murieron más de un millón y medio de personas. Con solo quince años, mi abuelo perdió a sus padres, a sus hermanos, a toda su familia... Gracias a una buena persona, que le regaló un violín para que se hiciera pasar por miembro de una banda, consiguó huir del espanto rumbo a Líbano", recuerda Ara Malikian.
En
Líbano nació su padre, Jirair Malikian, donde se casó con una pedagoga de Siria
que se había formado en París, Lucine Donabedian. Ambos nacieron en 1929. Taline
y Nairy son sus hermanas. Cuenta de su padre que fue un autodidacta, capaz de
reparar violines, e implicado en la lucha por el reconocimiento del genocidio
sufrido por su pueblo.
«El
calor del sol del desierto quemó sus cuerpos, escasamente vestidos, y sus pies
desnudos, mientras caminaban por la arena caliente del desierto, sufrieron
tantas heridas que miles cayeron y murieron o fueron asesinados donde caían.
Así, en pocos días, lo que había sido una procesión de seres humanos normales
se volvió una horda tambaleante de esqueletos cubierto de polvo, buscando
vorazmente trozos de comida», denunció Henry Morguenthau.
Pero
nadie quiso escuchar la llamada de auxilio del embajador de Estados Unidos en
Turquía. «En un recoveco del río cerca de Erzinghan, los miles de cuerpos
muertos crearon una barrera de tal magnitud que el Éufrates cambió su curso
aproximadamente cien yardas», dejó escrito entonces.
Museo del Genocidio |
Siguiendo el ejemplo de las madres, que durante las marchas por el desierto hacia la muerte dibujaban las letras del alfabeto en el suelo para que sus hijos no olvidasen el idioma armenio, también sus padres le inculcaron la necesidad de mantener viva en la memoria la llama de la cultura y la historia.
“Ese
mismo violín fue el que, casi un siglo después, me proporcionó a mí una beca en
Alemania cuando en Beirut llevábamos años
sobreviviendo en garajes bajo las bombas. Fue muy duro salir de mi país con
solo 15 años, dejando a mi familia atrás en plena guerra, sin apenas
comunicación y sin saber ni cuál iba a ser mi futuro, ni siquiera dónde iba a
vivir. Pero gracias al empeño de mi padre en que luchara por ser el mejor
violinista del mundo, he llegado hasta aquí”, relata.
“Es
cierto que el violín salvó la vida de mi familia por dos veces. Pero la música
jamás debería servir para salvar vidas. El arte, la cultura, la música, mejoran
nuestra calidad de vida y nos hacen más felices. Pero la vida en sí es un
derecho para cualquier ser humano”, reivindica.
Los tres
relatos que figuran a continuación corresponden a la actuación protagonizada
por Ara Malikian el día 8 de enero del año 2022 en el Auditorio de Vilagarcía
de Arousa y su autor es el artista.
EL CONCIERTO
DE LOS CERDOS IMPOSTORES
Os quería
contar que yo nací en el Líbano, a los quince años dejé el Líbano y vine a
Alemania; en Alemania, a los quince años, era un poco difícil porque llegué
allí sin conocer a nadie, sin mis padres, sin mis amigos, sin conocer el
país, sin conocer la cultura.
En aquella
época, para sobrevivir, hacía muchos tipos de conciertos, eventos, bodas, y
participé en algunos concursos. De hecho, fui un día a un concurso que, por
cierto, no gané, pero me dieron un premio especial que consistía en un viaje a
Cuba para estrenar una obra de arte contemporáneo.
Este tipo de
música a nadie le gusta pero, al mismo tiempo, nadie se atreve a decir que no
le gusta porque no queda muy guay decir ‘esta música no me gusta, y punto’. Quiero
decir que estaba muy feliz de viajar a Cuba, pero no estaba tan emocionado por
estrenar esa obra.
Como era
menor de edad para el viaje, y como mis padres vivían en el Líbano, de repente
surgió un tío que, justamente, pretendía ser mi tío para acompañarme. Ese tío
se llamaba Nono y todo en su vida salía doblemente mal porque tenía en su
nombre una doble negación.
Cogimos el
avión, llegamos a La Habana, fuimos al hotel y lo primero que hizo fue dejar su
maleta y se fue de mojitos por La Habana. Y desde entonces jamás lo volví a
ver.
Yo estaba
allí, solo en la habitación, y como tenía bastante jet lag pensé: es el momento
para mirar un poco la música que íbamos a tocar en el concierto, porque al día
siguiente tenía ensayo con los músicos cubanos con los que iba a tocar, y por
la noche era el concierto.
Por primera
vez abrí la partitura para echarle un vistazo, y al abrirla me dio un jamacuco.
Me di cuenta de que era imposible tocar ese tema. Para poder tocarlo
correctamente, tendría que vivir 50 años y trabajar diariamente 18 horas.
Me quedé
bastante agobiado, me fui afuera a buscar a mi tío. No lo encontré. Volví a mi
habitación. Empecé a estudiarla como podía. Era un desastre. El tiempo pasó.
A la mañana
siguiente me cogieron, me llevaron al ensayo y me presentaron a a los músicos con
los que iba a tocar, y se da la casualidad de que eran los mismos que veis
aquí. Éramos unos 30 años más jóvenes y bellos.
Como yo no
hablaba español, yo no hablaba. Además, me puse muy nervioso porque no sabía
cómo decirles que no lo podía tocar. Intentamos comunicarnos con las manos y
los pies y surgió una cierta alegría porque nos dimos cuenta de que ninguno de
los cinco habíamos preparado la obra que íbamos a tocar. Muy agobiados,
sudábamos mogollón todos. El tiempo pasó volando.
De repente,
vinieron a buscarnos para llevarnos a la sala del concierto. Era un congreso de
música contemporánea. Eran todos contemporáneos a ellos mismos.
Sobre el
escenario nos presentaron al compositor de la obra. Era majete y nos dijo que
el momento del estreno de su obra lo estaba esperando desde hace 35 años, y que
iba a ser un grandísimo éxito.
-
Seguro,
maestro.
-
Seguro.
Yo tenía
sobre el atril la partitura, que me estaba dando dolor de cabeza, y cerré la
partitura. Y al cerrar la partitura escuché un gemido de la gente: hala, qué
crack. Empecé a tocar cualquier cosa que no tenía absolutamente nada que ver
con lo que estaba en la partitura. Qué más da, la única persona que se iba a
dar cuenta era el compositor. Como mis compañeros son unos cracks, se unieron a
mí y empezamos a tocar algo que no tenía pies ni cabeza.
A lo lejos,
escuchábamos gritar al compositor, “cerdos impostores”. No entendía lo que
estaba ocurriendo, hacía un gesto con las manos, como diciendo “vamos, chicos,
vamos”, y todo el público empezó a gritar, “cerdos impostores”. ‘Melón' tocaba
el piano con los pies, Iván estaba tirando el contrabajo por los aires, Dayán estaba
tocando la guitarra con los dientes y Pico había perdido la cabeza.
El público
estaba subido a los asientos gritando “cerdos impostores”. Un calzoncillo se
cayó en la cabeza del pianista (es un exageración, todo lo demás es cierto).
Seguimos, el
público muy animado. De repente, todos nos juntamos en el escenario haciendo la
conga, haciendo la conga salimos del escenario y seguimos en la calle hasta
llegar al aeropuerto.
Nos dimos
cuenta de que nos estaban buscando los del congreso, no para llevarnos a la
cárcel. Dijeron que nuestro tema había ganado el premio de mejor música
contemporánea”.
ENTRE CALAMAR Y SEPIA
“Hayticatica”
es el título de una canción que no significa absolutamente nada.
Yo tengo un
hijo que tiene ahora siete años. Nos han dicho siempre que las primeras
palabras de una hija o de un hijo siempre son papá o mamá.
Así que
estábamos esperando, cuando tenía seis meses, muy ansiosos, que empezara a
decir papá o mamá nuestro hijo. Y pasó completamente de nosotros.
Dijo,
obsesivamente, “hayticatica, hayticatica”, todo el día.
Estábamos un
poco perplejos. Yo miré en Google por si era un grito zulú o un mantra
tibetano, pero no encontré absolutamente nada. Lo más parecido que encontré es
algo hindú, pollo tika masala.
Como no
entendía más, porque decía, obsesivamente, hayticatica todo el día, hice un
tema para apoyarlo.
Pero en el
momento en que él escuchó que nosotros también decíamos hayticatica, dejó de
decirlo y no lo ha vuelto a decir.
Pero a
nosotros nos mola.
Cada uno de
nosotros tiene que sacar algo positivo de todo lo negativo de esta pesadilla
durante dos años. En mi caso, lo único positivo que yo puedo sacar es que he
pasado de tener ciento veinte conciertos al año y estar todos los días en los
aviones, en los trenes y en las carreteras a estar en casa las veinticuatro
horas durante meses y meses.
Al volver a
casa, de repente, me encontré que en casa tenía un hijo, y lo mismo pensó mi
hijo: este tío era mi padre (exagero un poco). Lo bonito fue descubrir el mundo
de mi hijo, su fantasía, su imaginación. Y para mí fue inspiradora.
Una de las
muchas cosas que a mi hijo Kairo le encantan, le chiflan, son los calamares, no
para comérselos. En casa no podemos comer calamares, está prohibido.
Él venera
los calamares, sabe todo sobre los calamares: dónde viven, qué hacen, cuándo
se acoplan, qué tipo de sangre tienen… Es un experto en calamares.
Al
principio, mi mujer y yo nos quedamos un poco preocupados porque a sus
compañeros les gustan los leones, los tigres, los caballos. Pero él decía que
teniendo unos padres tan raros como nosotros, qué esperábamos.
Lo apoyamos. Los calamares molan mogollón, son tremendos.
A mi hijo
también le gustan mucho los robots.
Un día me
preguntó cómo sonaría un calamar robótico.
Pues la
verdad es que no lo sé, pero es una cosa muy interesante, déjame unos días que
voy a estudiarlo.
Y yo, la
verdad, como en aquella época del confinamiento tenía mucho tiempo para estas
chorradas, me lo curré. Hasta puse mi cabeza debajo de la bañera para ver cómo
se sentiría un calamar.
Después de
unas semanas practicando, saqué el tema, que para mí era un calamar robótico
clavado.
-
Kairo,
ven, ven, creo que lo tengo.
Empecé a
tocar el tema entero, de arriba abajo. Él, con toda la paciencia, escuchó el
tema, y cuando acabé el tema, estaba esperando una respuesta suya.
Y me dijo
-
Papá,
esto no es un calamar, es una sepia.
OFICINA DE
ALIENÍGENAS
La versión
de ‘Live of marts’ (canción de David Bowie) la compuse hace algunos años,
cuando vía en Londres, bastantes años. Y en Londres, para renovar mi permiso de
estancia tenía que ir a la oficina de extranjería, que se llamaba, en inglés,
Aliens Office. La traducción al español es Oficina de Alienígenas.
Vivir en un
país donde te consideran extraterrestre o alienígena era bastante difícil de
entender, bastante difícil de asimilarlo y asumirlo.
Yo creo que
en este planeta donde vivimos, este planeta maravilloso no pertenece a nadie o,
más bien, a todo el mundo. Quizá algún día conseguiremos que cualquier ser
humano pueda ir cuándo, a dónde y cómo quiera.
Ese lugar es un lugar bastante triste, deprimente, pero también para mí era inspirador, porque tuve la suerte de conocer a muchos extraterrestres maravillosos que me enseñaron otros mundos, otras culturas, otros países.
Fue muy enriquecedor.
(En el mes
de mayo del año 2013, cuando el Gobierno de España estaba presidido por Mariano
Rajoy, del Partido Popular, le fue denegada la nacionalidad española, a pesar
de que entonces ya habían transcurrido diez años desde su llegada a
España)
Comentarios
Publicar un comentario