Las hijas de Adalbert Laffon

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Cuando los zapatos tenían que durar todo el curso y sólo podían calzarse los domingos y en algunos días muy señalados del año, a Rita Garrido se le fueron los ojos hacia los que calzaba Cuqui. «Eran de un color rojo brillante, de charol. ‘Qué bonitos’, le dije». La reacción de su propietaria fue inmediata: se descalzó para entregárselos a su amiga. Entre sorprendida y agradecida, Rita Garrido le insistió en que se quedase con ellos, pero no logró que cambiase su decisión. Ella se justificó en casa diciendo que le apretaban. «Su madre la puso verde», agrega.

El escenario fue una calle de O Carril (Vilagarcía), la acción se registró cuando el siglo XX se encontraba en su ecuador, y sus protagonistas tenían entonces entre diez y doce años. Solange, Rocío y Nadine son las tres hermanas de Cuqui, todas mayores que ella e hijas del matrimonio formado por Adalbert Laffon y Gracia Bayo, cuya llegada a Carril, en torno al año 1944, fue un acontecimiento en la pequeña localidad arousana que sigue estando muy presente en la memoria de sus vecinos.

No puede decirse que sus inicios resultasen fáciles, porque después de haber comprado unos viveros en As Briñas para dedicarlos al cultivo de moluscos, las campanas de la iglesia parroquial comenzaron a sonar en señal de alarma, -recuerda Chito Bóveda, que pertenece a la familia propietaria del Restaurante Loliña y más tarde abrió un establecimiento de hostelería muy cerca, el Casa Bóveda-, que incluso quisieron volcarle su coche, de marca Opel.

Adalbert Laffon

«Medía 1,96 metros y nunca se había visto un hombre de semejante estatura por aquí», comenta Sito Persapón. Compró los viveros de Carmen, La Simeona, para dedicarlos a una actividad novedosa entonces: la cría de ostras. Superada la alarma propagada desde el campanario, la inquietud del vecindario dio paso a la curiosidad.

Los carrilexos comprobaron que además de subirse a un bote para pescar en Sálvora, Ons, O Areoso o San Vicente, del mar también era posible extraer un bivalvo muy cerca de sus casas que tenía una buena acogida en varias ciudades españolas, que entonces quedaban muy lejos.

Su vivienda se encontraba en una casa de bajo y una planta situada frente a la isla de Cortegada, a unos pasos del mar, que entonces compartía con el Restaurante Loliña, establecimiento por el que pasaron famosos personajes de la aristocracia y la sociedad, que hoy ocupa la totalidad de la edificación.

«Siempre estaba en el muelle, rodeado de gente y escuchando», recuerda Chito Bóveda. Adalbert Laffon también prestó atención a la sugerencia que le hizo un día un chaval que no tenía diez años, llamado José Luis Rodríguez Otero.


Además de abrir el camino en el cultivo de ostras, aquel sorprendente francés puso en marcha una fábrica de detergente en la planta baja de su vivienda. Cuenta José Luis Rodríguez, que un día cuando regresaba de la escuela se acercó a la puerta de su casa, y a la pregunta de Laffon de qué quería, le respondió con una propuesta: convertirse en vendedor de su detergente.

El francés lo citó para el día siguiente, y entonces le entregó dos botellas en una bolsa de papel y le dijo que si las lograba vender en menos de media hora se convertiría en su empleado. «Lo conseguí», afirma. El día siguiente le encontró comprador a cuatro. Poco a poco fue haciéndose con una cartera de clientes, además de poner en marcha la venta a domicilio por los domicilios de O Carril, Guillán, Trabanca-Sardiñeira y Bamio.

Y cuando ya se había entablado una relación de confianza, le hizo otra propuesta. Sentado en una cafetería, José Luis Rodríguez explica que le planteó a Laffon la posibilidad de utilizar un lema para promocionar la venta del detergente. ‘Ni lejía ni jabón, usen siempre Persapón’. Superada su sorpresa, le respondió: «Sabes que es una buena idea», recuerda que le dijo. Transcurrido más de un mes desde entonces, Adalbert Laffon ordenó imprimir el eslogan en las etiquetas, además de sacar a la calle cientos de impresos con el mismo mensaje, que José Luis Rodríguez se encargó de distribuir puerta a puerta.


Desde entonces lo conocen en Carril como Sito Persapón, después de haber sido Sito Persaponciño. «Las mujeres me llamaban diciendo, ‘ni lejía ni jabón, usen siempre Persapón’», añade. Asegura que fue el encargado del bote de vela en el que llevaba a sus cuatro hijas a pasar las jornadas de domingo a la isla de Cortegada, aunque otras versiones señalan que tal responsabilidad correspondió el todo momento a Juan, El Piquís, que también gobernaba el barco del francés.

«Guapas no, guapísimas», subraya que eran todas ellas. También dice Sito Persapón que apenas salían de su casa. Y que la relación que mantenían con los vecinos era mínima. Chito Bóveda, Rita Garrido y otra vecina que las conoció, Pili Diz, coinciden con él a la hora de valorar su belleza, pero no comparten esta afirmación. Además de rechazar de plano el recato que les atribuye, Pili Diz recuerda una escena que causó sensación: la que protagonizaron Rocío, Solange, Nadine y Cuqui tirándose al agua desde el malecón, cosa que en aquella España en blanco y negro solo estaba al alcance del personal masculino.

Y no solo eso, sino que lo hacían vistiendo bañadores de colores vivos, cuando las mozas del lugar tenían que bañarse resguardando las curvas con trajes menos sugerentes. «Eran las únicas que tomaban el sol en el malecón», recuerda Chito Bóveda. Fue tal el impacto que incluso corrió el rumor, sin fundamento alguno, de que para ponerse morenas evitaban el contacto de cualquier prenda de ropa cuando lo hacían en la azotea de su vivienda. «Y fumaban», apostilla.


‘Arrideverci Roma’ es el título de un disco de 45 revoluciones por minuto, con cuatro canciones, que interpreta Milla Pizzi y figura en la discoteca de Chito Bóveda. «Me lo regaló Nadine», comenta, al igual que otro, de Harry Belafonte, titulado ‘Calypsos’, comprado en una tienda situada en los Campos Elíseos de París. Su casa era una de las pocas de Carril que contaba con un gramó- fono a cuerda, que su padre trajo de Estados Unidos. Un vecino lo logró conectar a un aparato de radio, y era utilizado en los guateques que se celebraban por entonces en la vivienda de los Laffon. 

Se reunían entre 20 y 30 invitados, que acompañaban las ostras, cuyo tamaño duplicaba las que pueden verse actualmente en cualquier plaza de abastos, con vino del Ribeiro y tinto del país. Entonces estaba en boga el baile agarrado «y venían los moscones de todas partes: Vilagarcía, Pontevedra, Santiago». Los hijos de las familias más pudientes del entorno se dejaban ver por Carril para tratar de cortejarlas. Y todos recibieron calabazas. «Estaban muy preparadas y tenían poco nivel para ellas, que eran de otro mundo», justifica Pili Diz.

Tampoco tuvo éxito el cura en su intento de que se uniesen al rebaño que pastoreaba. Rita Garrido comenta que Nadine lograba sacar de quicio con asiduidad al párroco, y le bastaba con presentarse en el templo, dedicado a Santiago Apóstol, patrón de España, con un escotado vestido de sisas que permitía intuir sus senos o dejaba al descubierto sus morenos hombros de adolescente.

El ensotanado no permitió el acceso a la casa divina de mujeres en manga corta, y en su campaña contra la exposición ante el público de un solo centímetro de piel desnuda de mujer se encontró con un serio contratiempo: la proliferación de las denominadas medias de cristal o nylon. Pero tampoco se arrugó en su empeño ante esta prueba a la que le había sometido la moda llegada del extranjero. Sintiéndose defensor de los valores morales de la civilización occidental, ordenó a su sacristán que lo sacase de dudas, tarea que cumplía palpando las piernas de las jóvenes a las puertas del templo para comprobar que las llevaban puestas.

Adalbert Laffon


Está de más puntualizar que las hijas de Laffon no pasaron por semejante inspección. No fue este el único disgusto que le causó al pastor de almas la extranjería, porque pudo ser en 1955 o 1956 cuando quiso expulsar de la iglesia a una mujer en manga corta. Pudo haber conseguido su propósito, como muchas veces, pero resultó que había viajado desde Estados Unidos, donde vivía, para realizar el papel de madrina en una boda, y después de una agria discusión el sacerdote acabó cediendo y se celebró el sagrado sacramento del matrimonio. La novia no era otra que Pili Diz.

"Cuando iban hasta Vilagarcía en sus bicicletas de color amarillo, el padre adelante y las tres hijas mayores detrás con sus minishorts, era un espectáculo», expone Chito Bóveda. «Eran unas bellezas», subraya Rita Garrido. «Aprendimos mucho de ellos», dice Pili Diz.

Antes o después, acabaron sabiendo que la familia procedía de Bretaña (Francia), y que Adalbert Laffon era una persona importante. Lo que no acabó de estar claro es el motivo. Una versión indica que había colaborado con los nazis. La otra, que era un monárquico legitimista. En una nota de sociedad publicada por el periódico ABC en el año 1944 figura como agregado de Prensa de la Embajada francesa. Europa está en guerra y los aliados todavía no habían desembarcado en Normandía.

«Había tenido algunos escarceos con el Gobierno de Vichy, a resultas de los cuales no podía volver a Francia si no se prestaba a un proceso de depuración», expone Juan Benet en ‘Luis Martín Santos, un Memento’.

«No solo ingleses y norteamericanos se mostraron disconformes por la propaganda generada en la Península Ibérica, pues el agregado de Prensa de la Francia de Vichy en España, Adalbert Laffon, ya se había quejado, en agosto de 1941, por los comentarios que ‘Arriba’ emitía sobre las cosas francesas», expone Antonio César Moreno Cantano en su tesis doctoral de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Alcalá de Henares elaborada en 2008.


Y cuando la familia ya se había integrado en la vida diaria de Carril, excepción hecha de los asuntos religiosos, abandonaron la localidad vilagarciana. Comentan, quienes trataron con los Laffon, que años después les devolvieron un castillo que les había sido incautado. Madrid.

El modo de vida de aquellas muchachas también llamó la atención en Madrid. Narra Fernando Guillermo de Castro, en el Diario de Ibiza, como dos chicos besaban a Rocío en el Café Gijón, de Madrid, riéndose a carcajadas. «Las caras de los intelectuales progresistas reflejaban estupor, escándalo o reproche para una moral burguesa apenas camuflada», escribió en 2011. Uno de ellos era el escritor Luis Martín-Santos, el autor de ‘Tiempo de silencio’, que se convertiría en su marido.

«En la Iglesia de San Jerónimo el Real se ha celebrado la boda de la señorita Rocío Laffon Bayo con el doctor en medicina D. Luis Martín-Santos Ribera», publicó el ABC el 29 de junio de 1952. El general y subsecretario del Ejército del Aire, Castro Garnica y los marqueses de Valdeiglesias, Santacara y Guijalba actuaron como testigos de la novia, indica.

La pareja se estableció en San Sebastián, donde once años después ella fallecía a consecuencia de un escape de gas. Uno después era él quien perdía la vida en un accidente de tráfico registrado en Vitoria.

Juan Benet, que mantuvo una breve relación con Solange, hizo una semblanza de la familia Laffon en su libro ‘Otoño en Madrid hacia 1950’. «A Solange le dedica un canto emocionado. Dice de ella que, sola, merecería un libro de mil páginas», escribe De Castro.


Corría la mitad de la década de los 60 cuando Chito Bóveda vio a «un caballero con la gabardina sobre el brazo caminando por el muelle viejo, parándose a mirar». Era Adalbert Laffon. «Caminaba en sus recuerdos, volvió al presente y nos saludó antes de marcharse para no volver», recuerda emocionado.

(Las fotos fueron cedidas por O Faiado da Memoria  y reflejan distintas panorámicas de Carril)


Transcurrido un mes desde la publicación de este reportaje, en el periódico Diario de Pontevedra, su autor recibía una carta, escrita por Puri Montenegro, que figura a continuación.









Era un señor al que se le veía la clase que tenía, además de ser encantador, alto y guapo, y un gran padre. La madre era andaluza, pequeñita y también un encanto. Las más guapas eran Nadine y Solange. Las otras dos eran monas, pero la belleza de estas era impresionante. Hablaban un castellano con acento andaluz.
Enseguida nos hicimos amigas porque nosotras estábamos internas en Placeres, aunque mis hermanas y yo vivíamos en Pontevedra, para evitar tener que cruzar la playa en unos inviernos que eran tremendos. Teníamos una amistad tremenda entre todas.
Llegaron esas niñas y nos chocó porque eran distintas por su aspecto, por su forma de ser, sobre todo Solange y Nadine. Luego supimos que su madre había también estudiado en un colegio del Sagrado Corazón en Andaucía. Vinieron sin nada porque tuvieron quisieron detenerlo y tuvieron que escapar de Francia en la guerra, y nos contaban que huyeron esconditas en trenes. Fue tremendo.
Él terminó siendo pescador de remo. Era admirable y siempre venía a las visitas, junto con el resto de los padres, que se celebraban los jueves y los domingos. Entonces las mayores tendrían entre 14 y 15 años y eran mucho más modernas que nosotras. Iban con bikini a la playa cuando nuestras madres nos obligaban a poner bañadores con falditas. Los rezos y los rosarios eran interminables. Aquel pudor era exagerado.
Mantuvimos el contacto por cartas, nos vimos alguna vez, y se que la mayor se casó con un español y que Solange fue medio hippie. Mi padre, que fue médico y boticario, sacó el carnet de aviador civil e iba al Colegio de Placeres a la hora del recreo para echarnos caramelos y botes de leche condensada. "Niñas, sepárense que viene Montenegro", gritaban entonces las monjas.

(Este texto corresponde a una conversación mantenida con Puri Montenegro en la tarde del día 24 de junio del año 2022 en su domicilio de Pontevedra.)
la sombra de los días
6/27/2022
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